Peripecias noctámbulas
Un cuento de Patricia R.M.
Había tenido un día bastante agotador… entre idas y venidas, entre quehaceres, horarios y obligaciones, caí rendida a las ocho de la tarde y decidí tomarme una siesta.
Abrí los ojos y ya eran las diez de la noche, todos los mercados habían culminado su jornada y en la heladera solo tenía jengibre, yogurt seguramente vencido, manteca, un caldo para saborizar, salsa de soja y ocho botellas de agua medio vacías.
No me quedaba más opción que salir a comer fuera.
Tomé el móvil velozmente y decidí inmediatamente mandar un mensaje de texto a Abigail, que seguramente recién llegaba de la exhaustiva tarea cotidiana, de trabajar.
De inmediato recibo respuesta y en veinte minutos, ella pasó por mí.
Caminamos tres cuadras pasando también por Ingrid y Dorotea, y así emprendimos la búsqueda por algún lugar que nos llame la atención y así deleitar paladares y saciar la hambruna. Decidimos al instante donde iríamos, casi sin vueltas y allí emprendimos la partida a paso veloz.
Lamentablemente y sin la suerte de nuestro lado, el lugar estaba cerrado por reformas, así que, entre quejas y sinsabores, recorrimos calles buscando aromas, y sin expectativas, (o con muy pocas), decidimos entrar a un bar, que de hecho, era el que más tarde cerraba, ya que en aquel pequeño páramo, el pequeño abanico de opciones gastronómicas posibles, cerraba a las 12 de la noche.
Ya estábamos adentro, eso aseguraba que algo… íbamos a poder degustar.
Abigail pidió una ensalada mediterránea, Ingrid, pollo relleno con verduras salteadas y Dorotea y yo, unos ñoquis a la parisienne. Para beber, gaseosa y cerveza rubia y negra.
A juzgar por nuestras expectativas, la cena resultó mucho mejor de lo que esperábamos. Magnífica diría.
Opciones:
1) Apetito saciado y realmente conformes, partimos taza, taza, cada una a su casa.
2) Decidimos hacer sobremesa y quedarnos un rato más.
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