¿Ah, si?. Pensé. Y me dí vuelta.
La charla con Verónica (la chica que estaba al lado mío), se había tornado divertida y no tenía ganas de ponerme de mal humor.
Seguramente tenía una piedrita en el zapato, le dolía la muela, se dio cuenta de le estaba por venir el período, o habría visto a algún ex novio con otra chica. Hay infinitas opciones de lo que le pudo haber pasado, pero si no me quiso contar, no le iba a insistir…
Me dí vuelta y miré por entre los cortinados que nos aislaban del mundo exterior.
El sol se asomaba, ya cerca de las 6:30 de la mañana del domingo, y con poca gente a nuestro alrededor, decidimos retirarnos del lugar.
Saludamos a los turistas y aproveché para pedirle el teléfono a Verónica, para juntarnos todos, a tomar mate en el lago, ese mismo día, pero a la tarde. Ella explicó que no tenía batería en su celular, ya que se había olvidado el cargador en su casa, y me dio el de María Luz, su amiga.
Salimos de allí e Ingrid -con un par de copas demás- propuso:
Opciones:
1) Ir a la Disco.
2) Enganchar la casita rodante.
Volver al inicio para tomar otras decisiones.
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