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El auto ya estaba a unas cuatro o cinco cuadras cuando las luces empezaron a parpadear como baliza y, a la distancia, escuchamos que la alarma sonaba.

Quedamos a la expectativa y alcanzamos a divisar que salieron corriendo hacia la derecha.

- ¡Vamos, vamos! –dijo Martín- antes que se la lleve otro.

- Tranquilo Martín, vamos despacio y disimulando no sea que estén escondidos esperándonos y cuando lleguemos me saquen el control, porque entonces sí que no contamos el cuento.

- Esos deben estar a 30 cuadras y quiero saber si están mis zapatillas.

- Vamos por la vereda de enfrente y atentos, no quiero sorpresas.

El auto había quedado con las puertas totalmente abiertas y la alarma sonando, sin embargo ninguno, de los pocos que pasaron hacia uno y otro lado, se detuvo.

Me vi obligado a retener a Martín que seguía insistiendo con sus zapatillas, y le dije que si estaban, solas no se escapaban. Y si no estaban… ¡a llorar a la iglesia!

Cuando llegamos, el lugar estaba desolado y no se veía a nadie por los alrededores. Nos arrimamos al auto y lo primero que notamos es que habían revuelto todo y que por suerte la llave estaba puesta.

Paré la alarma y Martín quería ponerse a revisar buscando sus benditas zapatillas. Le dije:

- ¡Dejate de joder con esas mierdas, Martín, no rompas las pelotas! Fijate si están en el pasto o abajo del auto y rajemos lo antes posible.

- ¡Para vos son mierdas porque no las pagaste, pero mis zapatillas son rebuenas, de marca y caras; no como la mierda que usas vos.

 

Me senté, mientras miraba receloso hacia fuera metí primera y moví, obligando a que Martín se sentara bien y cerrara la puerta a pesar de sus quejas.

Salimos lo más rápido posible hasta alcanzar la avenida y hacer unas 10 ó 12 cuadras, y recién entonces me sentí más tranquilo.

Estacioné en la playa de una Estación de Servicio y empezamos a revisar.

De la guantera se habían llevado todo y de las zapatillas de Martín ni rastros. Incluso me habían birlado las monedas que estaban en el hueco del apoya brazos y que siempre tengo para dar a los que piden en los semáforos o que limpian parabrisas.

                     

Pregunté al dependiente la dirección de la comisaría y siguiendo sus indicaciones nos fuimos para allá. Nos dijeron que pasáramos después de las 10 de la mañana a hacer la denuncia, porque no tenían personal para tomarla.

Salimos de allí con el conocimiento que era una estrategia para “bajar la cantidad de delitos” en las estadísticas, y la determinación de que ya no volveríamos a perder tiempo. 

FIN


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